jueves, 19 de agosto de 2010

Nacer y morir (Su único hijo)

Érase una vez, en la última década del presente milenio, una mujer. Era una mujer que había conseguido un puesto de mando en una empresa. Le había costado mucho tiempo conseguirlo, ya que sus jefes no la tomaban del todo en serio por ser mujer. Ella amaba aquel trabajo y quería demostrarle al mundo su valía. Había tenido muchas relaciones y todas ellas habían terminado en un estrepitoso fracaso. Tenía cuarenta años y no quería saber nada de los hombres. Era una mujer independiente y segura de sí misma. Vivía sola y dependía sólo de su trabajo.
Su familia, muy chapada a la antigua, la criticaba. Veía muy poco a sus hermanas, todas ellas amas de casas casadas y cargando con unos maridos en paro, coleccionando hipotecas y criando hijos adolescentes con aspecto poligonero que se iban de botellón el viernes por la noche y no volvían hasta el lunes al mediodía hechos un asco y niños que agredían a sus compañeros y lo filmaban con la cámara de su móvil última generación. Y sus amigas eran igual. A la hija de una amiga suya, de unos quince años y aspecto gótico, le habían practicado un aborto no hacía mucho.
Y lo peor de todo era que todas aquellas mujeres que se habían resignado a llevar uan vida de esclava le decían que ella tenía que hacer lo mismo. Casarse y tener hijos. Era un sino de la mentalidad machista que todavía impera en nuestra sociedad. Nuestra heroína tenía que casarse y parir hijos por la patria, tal y como había hecho su madre hasta casi morir.
No necesitaba un marido, pues su sueldo, si bien era bastante más bajo que el algunos de sus subordinados, le permitía para vivir de forma cómoda y permitirse algunos caprichos. Su último novio resultó ser un cafre y ella no quería repetir la experiencia. Pero su reloj biológico se había quedado anclado en los años sesenta porque le decía que tenía que ser madre. Incluso, como si fuese un complot, todas sus primas, casadas con unos auténticos inútiles, se quedaron embarazadas. Era como si el mundo la estuviese presionando para que fuese madre.
Tomó una decisión que escandalizó a su familia.
A los cuarenta años, decidió someterse a una inseminación artificial. En la tele todo aparecía de color de rosa y ella creía que una inseminación artificial era algo sencillo. Le ponían el esperma y ya estaba embarazada. No fue así. Tuvo que hormonarse y, luego, la primera inseminación fue un fracaso. Y la segunda...Y la tercera...Así hasta que su médico le recomendó que, puesto que ya era algo mayor para seguir inseminándose, se sometiese a una fecundación "in vitro". Le extirparon los óvulos. Si antes no se interesaba mucho por el donante, ahora sí. Buscó al donante con la mayor capacidad para los deportes, que tuviese una gran inteligencia, que fuese muy atractivo, que tuviese talento para la música, que gozase de un estupendo carácter y que también gozase de una salud de hierro. Todo era poco para su hijo.
La fecundación "in vitro" se realizó con éxito y ella se llevó la alegría de su vida al descubrir que estaba embarazada. ¡Iba a ser madre! Estaba llena de alegría, si bien a su familia le costó trabajo digerir cómo se había quedado embarazada. Aún así, la acabó apoyando.
La mujer dejó su trabajo. Ahora que iba a ser madre tenía que cuidarse. Comía comidas sanas. Caminaba mucho. Escuchaba música relajante. En el segundo trimestre, empezó a decorar la habitación de su hijo. Sabía que iba a ser niño, pero no sabía cómo llamarle. Le hablaba con cariño. Incluso grabó un video-diario sobre su embarazo. En su último mes de gestación, su madre iba mucho a verla para ver qué tal estaba.
Un día, la semana pasada, la mujer empezó a sentirse mal. Sabía que estaba de parto, pero no quiso asustarse. A medida que fue avanzando el día, los dolores fueron a más. Llamó a su madre para que la acompañase al hospital. No quería estar sola cuando diese a luz. Su madre acudió presto. Las maletas ya estaban preparadas. Pero no llegaron más allá del portal. La mujer se derrumbó en la acera mientras sentía cómo la cabeza de su hijo quería asomar.
Dos policías se convirtieron en los ángeles salvadores de aquella mujer y de su bebé. Al verla sufriendo tanto, se acercaron a ella para socorrerla. Uno de ellos la despojó de la ropa interior y le dijo que hiciese fuerza mientras el otro llamaba a una ambulancia. En aquel momento, la mujer expulsó al mundo a su hijo. Un hermoso niño que entró en este mundo llorando como un poseso. La ambulancia llegó y llevó a la madre y al niño al hospital. Quedaron ingresados allí. La mujer estaba muy bien y el niño estaba en perfecto estado. En un par de días podrían irse a su casa.
La noticia no tardó en conocerse. Mujer daba a luz en mitad de la calle asistida por dos policías. Una buena noticia en tiempos de crisis.
Los policías fueron a ver a la mujer al día siguiente por la tarde. Ella les pidió que fuesen los padrinos de bautismo de su hijo y ellos aceptaron encantados. Las distintas televisiones entrevistaron a los policías y éstos estaban orgullosos de su hazaña y de su futuro ahijado, un niño sano, precioso y fuerte.
Aquella misma noche, aún no se sabe cómo, la sala de Maternidad del hospital empezó a arder. Una adolescente embarazada que estaba allí ingresada para dar a luz parió a un niño muerto tras respirar dióxido de carbono. De nada sirvieron los esfuerzos de los bomberos, avisados en el acto, de salvar las vidas de todos los recién nacidos. El balance fue éste. Además del niño que nació muerto, ocho niños quedaron en estado muy grave. Tres pequeños perdieron la vida. Entre esos bebés estaba el hio de la protagonista de esta historia.
La mujer no se lo podía creer. ¿Cómo iba a estar muerto su hijo? Ella misma lo había tenido en brazos aquella noche y el niño había mamado de ella con ansia. Gozaba de una salud de hierro. ¿Cómo iba a estar muerto? Por desgracia, así era.
La mujer sufrió una crisis de nervios terrible y tuvieron que sedarla. Los mismos policías que habían aparecido el día antes en televisión muy felices aparecieron el día después de la tragedia llorando la muerte de la criatura que ellos habían ayudado a traer a este mundo. Un sentimiento de rabia y de dolor compartido se adueñó de ellos.
La mujer tardará mucho en recuperarse de este duro mazazo. Su familia está preocupada por ella. Cuando vuelva a casa, lo único que verá será los recuerdos de aquel niño que ella tanto amó y que nunca estará a su lado. Su cunita...Sus peluches...Su habitación...Todo le recordará a él. Habla una hermana de llevársela con ella hasta que lo supere. Otra hermana comenta que es mejor desmontar la habitación nunca estrenada de la criatura y donar todos los objetos que él jamás tocó a la caridad. Y otra hermana habla de demandar al hospital mientras que se investiga las causas del incendio.
La madre del bebé muerto sólo sabe llorar cuando está despierta y pregunta por su hijo. Sabe que ha muerto, pero no termina de asumirlo. Cómo tampoco puede asumir la tragedia que otras tres familias (cuenta la familia de la madre del bebé que nació muerto) están viviendo. Niños sanos que murieron de forma tan repentina...No le cabe en la cabeza. Está muy hundida y sabe que le costará trabajo salir de este pozo en el que está sumida...si es que llega a salir. Nadie supera del todo la pérdida de un hijo, sobre todo, de un hijo tan querido y deseado. De un único hijo.
Esta historia, por desgracia, no es producto de mi imaginación. Ha ocurrido en realidad. Una historia similar se ha repetido en la sala de Maternidad de un hospital en Rumanía. Allí ocho recién nacidos han fallecido tras producirse un incendio y dos niños han nacido sin vida después de que sus madres respirasen dióxido de carbono. La madre del bebé no lo sabe.
No hay nada que explique esta historia. No tiene explicación. Sólo sé que hace unos días se estaba celebrando la llegada al mundo en plena calle de una nueva vida y que al día siguiente esa vida se perdía en un absurdo incendio.
Mi corazón está con las madres y los padres que han perdido a sus niños y con la madre de este bebé en concreto. Nada ni nadie les puede compensar esta terrible pérdida. Lo siento de todo corazón.

miércoles, 18 de agosto de 2010

PLAN RENOVE

He empezado a colgar mi historia en el blog, pero me he arrepentido en el último momento. No me gustaba cómo me estaba quedando y la he quitado. Aún así, quiero seguir colgando mis historias en este blog.
El blog no me gusta cómo me está quedando. En un momento de rabia, uno puede decir muchas cosas. Luego, se arrepiente. Muchas entradas las voy a borrar. Yo espero que seais pacientes. El blog sigue en pie. Ya avisé que iba a estar algún tiempo sin escribir en él. Y el que avisa no es traidor. Ya iré borrando entradas que no me convenzan y poniendo entradas nuevas.
Espero que nadie se haya disgustado conmigo.
No me he ido a ningún sitio. Estoy aquí. Volveréis a saber de mí, os lo aseguro.
Un abrazo a todos vosotros.

viernes, 6 de agosto de 2010

Aviso para navegantes

Me doy cuenta de que estoy descuidando mucho este blog. Lo empecé con mucha ilusión. Y sigo teniendo ilusión por él. Lo que pasa es que estoy haciéndole caso a un amigo. Él me dijo que tenía que tomarme en serio mi carrera como escritora. Y eso estoy haciendo. Estoy muy ocupada colgando relatos en distintos foros de Internet.
Escribí una novela que no ha visto la luz. El problema es que a mi ordenador le dio por hacer copias de seguridad de mi historia sin parar. Ahora, tengo muchos borradores de la misma historia. Y me gustaría que viesen la luz. Lo que pasa es que tengo que cambiar muchas cosas. Tengo que buscar información sobre las épocas sobre las que voy a escribir...Cambiar los nombres de los personajes...Tomar decisiones...
Y, además, le prometí a mi padre pasar su autobiografía a ordenador e imprimírsela para que él la guarde. No quiere que vea la luz. Es mucho el trabajo que tengo.
Espero continuar escribiendo en mi blog. Tengo varios frentes abiertos en mis post. Y tengo un relato pendiente de publicación.
¡Hasta luego, chicos!

miércoles, 4 de agosto de 2010

Odisea maternal

Una amiga mía tiene un hijo de corta edad y lo lleva a la guardería. Las dos tenemos la misma edad y ella es unos pocos meses menor que yo. Está soltera y no tiene pareja. Tuvo a su hijo, no fruto de una relación fallida o de una noche loca. Lo tuvo mediante inseminación artificial cuando tenía veintitrés años. Mi amiga ha tenido varios novios desde la adolescencia. Con el último rompió porque éste no quería ni casarse ni tener hijos. Pero mi amiga estaba decidida a tener un hijo fuera como fuera. Desde pequeña, su madre le había dicho que una mujer sólo podía ser completa si tenía un hijo. El hombre no servía para mucho. No había más que ver los documentales de la naturaleza. Es la madre la que protege a las crías. Al padre casi no se le ve el pelo más que cuando se aparea con la madre. Una afirmación sorprendente. La madre de mi amiga es una mujer muy moderna. No la veo diciéndole a sus hijas (tiene dos) que debe de tener hijos. Pero así se lo dijo. La hermana mayor de mi amiga se casó muy joven para poder tener hijos lo antes posible. Mi amiga estuvo trabajando y ahorrando para someterse a una inseminación artificial. Ella tenía la creencia de que todo sería fácil. Un pinchacito y se quedaría embarazada. Pero el proceso era más complicado. Tuvo que estar hormonándose durante varios días hasta que pudo someterse a la inseminación artificial. Pero la primera inseminación falló. Mi amiga se deprimió. Estaba segura de que iba a conseguirlo a la primera. Lo había visto en la tele. Una mujer se somete a una inseminación artificial y se queda embarazada a la primera. Había pecado de ingenua. Su ginecóloga le explicó que era probable que no se quedase embarazada hasta la segunda o la tercera vez porque eran pocos los casos en los que una mujer se quedaba embarazada cuando era inseminada una primera vez. La ginecóloga acertó. Mi amiga se quedó embarazada en la segunda inseminación. Estaba muy contenta. Pero perdió la criatura cuando estaba embarazada de dos meses. Se hundió en una profunda depresión. La ginecóloga le explicó que el número de abortos era mayor en este tipo de embarazos. Mi amiga dejó pasar dos meses, se sometió a una tercera inseminación, fallida, y a una cuarta, en la que, finalmente, se quedó embarazada. Se gastó una fuerte suma de dinero, pero no le importaba. Estaba segura de que su embarazo sería un camino de rosas, pero estuvo enferma durante todo el embarazo y pasó más tiempo acostada que de pie. Su ginecóloga le explicó que tenía que cuidarse muchísimo, ya que este tipo de embarazos es más difíciles de llevar que cuando una chica se acuesta con un chico y se queda embarazada. Mi amiga no quería ni pensar en lo que sería el parto, pero su ginecóloga, para no correr riesgos, le programó una cesárea. Mi amiga quería tenerlo de forma natural y no le gustó nada que le programasen una cesárea antes de la fecha en la que tenía que salir de cuentas. Aún así, cuando llegó el día, fue al hospital, le hicieron la cesárea y tuvo a su hijo. El niño había pesado al nacer unos dos kilos y algo y estuvo en la incubadora. Cogió peso rápidamente y mi amiga pudo llevárselo con ella a casa al cabo de unos días, cuando a los dos les dieron el alta.
Ahora, mi amiga está preocupada. Su abuelo, al que tanto quería y que tanto la ayudó cuando quiso quedarse embarazada, murió hace un par de años. Ha tomado conciencia de que sus padres tampoco van a vivir muchos años. Su hermano pequeño va al instituto y no se ocupa gran cosa de su sobrino. Su hermana tiene sus propios problemas, con cuatro hijos a los que criar y un matrimonio que se va a pique. Su hijo está empezando a hacer preguntas. ¿Quién es su padre? ¿Dónde está? ¿Por qué no tiene más primos? ¿Por qué sólo tiene dos abuelos cuando sus amigos tienen cuatro? Entiendo los nuevos modelos de familia. Pero hay preguntas que todo niño se hace, esté en el siglo en el que esté, y hay situaciones que les cuesta trabajo entender. Mi amiga no sabe cómo explicarle a su hijo el día de mañana cómo vino al mundo porque piensa que no lo entenderá o porque se hundirá al saber que jamás podrá conocer a su padre (no se puede acceder a los archivos de los donantes de esperma). Además, tiene miedo de que le pase algo. Sospecha que ni su hermana ni su hermano querrán ocuparse de su hijo. Piensa que le ha privado a su hijo de algo muy importante. El derecho a tener un padre que lo quiera y que se ocupe de él. Y tiene miedo de que eso le pueda pasar factura el día de mañana.
Ya hablaré en otra entrada de lo infravalorado que está el papel del padre.