viernes, 24 de septiembre de 2010

AMORES OCULTOS 4

Con nosotros está también mi institutriz. Se trata de la señorita Vanesa Sinde, una mujer que tiene más de veinticinco años. A mi madre le cae bien mi institutriz. Si mi madre es hija de un barón, mi institutriz es prima de un conde, de don Damián Sinde, amigo de mi padre.
La señorita Vanesa Sinde estaba considerada en su día como una de las grandes bellezas de la alta sociedad de Murcia. Tenía a todos los hombres a sus pies. Pero nunca se casó. La primera temporada que pasó en sociedad, la señorita Vanesa recibió numerosas ofertas de matrimonio. Las rechazó todas. Tenía más o menos mi edad en aquella época. Se veía así misma como demasiado joven y demasiado inmadura como para casarse y decidió esperar un tiempo. Por desgracia, la familia de la señorita Vanesa se arruinó por culpa de la mala cabeza del padre a la hora de ahorrar dinero. Por aquel entonces, la señorita Vanesa tenía dieciocho años, llevaba ya dos temporadas en sociedad y se resistía a contraer matrimonio, pese a las numerosas ofertas que le habían hecho. Su cuantiosa dote disminuyó a raíz de quedarse su familia en la ruina y las ofertas de matrimonio empezaron a escasear. Los Sinde decidieron recurrir a la rama rica de la familia para poder salir adelante. Se fueron a vivir con don Damián. Mientras, la señorita Vanesa decidió buscar trabajo como institutriz. La primera vez que la señorita Dafne pisó mi casa me quedé impresionada. Les puedo jurar que nunca antes había visto a una mujer dotada de una belleza sin parangón; la señorita Dafne es alta, esbelta y pelirroja. Es tan hermosa como Victoria. Pero la señorita Vanesa no tiene pretendientes desde hace mucho tiempo.
Se ha resignado a permanecer soltera de por vida. Nunca habla de su pasado.
Todo lo que sé de ella es por lo que me ha comentado su primo.
La señorita Vanesa guarda silencio.
Calla.
Es una figura silenciosa en mi casa. Casi no se mueve. La veo caminar de un sitio a otro. Pero sus pasos apenas se oyen. A veces, creo oírla llorar. ¿Por qué llora?, me pregunto. Pienso que, quizás, eche de menos su antigua vida. Antes, ella era alguien. Todo el mundo la admiraba. Y, ahora, está trabajando. Piensa que la vida no ha sido justa para ella.
Creo que nos observa a Victoria y a mí mientras paseamos cogidas del brazo.
En otro tiempo, la señorita Vanesa fue una bailarina ágil y elegante. Me doy cuenta de ello durante mis clases de baile. Me dice cómo debo marcar el paso. Me asegura que, cuando sea presentada en sociedad, tendré ya dieciocho años. Podré bailar ya el vals. ¡Menuda gracia me hace!, pienso. Pero no se lo digo. La señorita Vanesa recuerda, durante las clases de baile, todas las veces que ha bailado en brazos de algún apuesto caballero. Seguramente, habría más de uno que habría hecho acelerar los latidos del corazón de la señorita Vanesa cuando la sacaba a bailar y rodeaba su esbelta cintura con el brazo. Hasta donde yo sé, la señorita Vanesa es virgen. Se ha cuidado de que ningún caballero se propasase con ella. No es de extrañar que siga siendo virgen viniendo de una familia como lo es el clan de los Ferrero.
Es don Damián el que nos cuenta cómo los pretendientes de la señorita Vanesa hacían cola en la puerta con la intención de verla. Cuando la familia de mi institutriz se arruinó, los pretendientes desaparecieron. La señorita Vanesa se quedó desolada. Era joven y hermosa. Su belleza pelirroja había llamado la atención de muchos caballeros murcianos. Le gustaba ser el centro de atención. Don Damián nos comentó a mis padres y a mí que la señorita Dafne disfrutaba teniendo de rodillas a todos los caballeros que quería y que se pavoneaba delante de ellos, mientras éstos le gritaban toda clase de juramentos de amor eterno muy torpes, por cierto.
Soy demasiado tímida como para ir a clase. Además, mi salud nunca ha sido precisamente fuerte. Por ese motivo, desde que cumplí seis años, mis padres se han dedicado a contratar una serie de institutrices que no duraban más de un año, pero, cuando contrataron a la señorita Vanesa, yo tenía ya catorce años y, desde entonces, ella ha permanecido a mi lado. Ignoro el porqué. Será porque la señorita Vanesa es muy agradable…O porque pertenece a la nobleza…O porque su primo es un buen amigo de mi padre…¡Yo qué sé! ¡No sé gran cosa de nada!
Me caían bien todas las demás institutrices, si bien todas estaban, en mi opinión, demasiado gordas. No cabían por la puerta. No eran precisamente unas bellezas, como son las institutrices de las novelas románticas. Lo agradecía. Así, no se liaban con mi padre. Aunque no es del estilo de mi padre el estar por ahí persiguiendo institutrices para acostarse con ellas y preñarlas. Yo no soy tampoco una belleza. Estoy demasiado flaca. Parezco un esqueleto andante. Estoy demasiado flaca y soy demasiado pálida. La señorita Vanesa me dice que no me preocupe por eso, ya que, con el tiempo, terminaré convertida en una mujer esbelta y con muchas curvas, como Victoria.
No es posible…No me veo a mí misma como una rubia curvilínea porque estoy demasiado flaca para ser curvilínea. Y, además, mis formas de mujer son casi invisibles.